(EDITORIAL – EL COMERCIO).- El papa Benedicto XVI acaba de presentar su nueva encíclica social “Caritas in veritate” (Caridad en la verdad), de palpitante actualidad para el mundo, pues no solo reclama cambios estructurales en la ONU y el sistema financiero mundial, sino que reafirma la necesidad promover los valores cristianos para lograr el desarrollo humano. La Iglesia, aclara, no tiene soluciones técnicas que ofrecer y no pretende “de ninguna manera mezclarse en la política de los Estados”, pero cree su obligación continuar con su misión de verdad en favor de una sociedad a medida del hombre y su dignidad. Este refrescamiento del humanismo cristiano es positivo. Y es que, recordando las enseñanzas de sus predecesores, el Papa aborda acuciantes problemas de nuestros tiempos, pero recordando que se necesita valores fundamentales para enfrentarlos. En primer lugar, el respeto a la vida —y su rechazo al aborto— como núcleo de todo progreso auténtico, así como el derecho a la libertad religiosa, pero sabiendo discernir entre lo auténtico y lo fatuo, sin caer en el ateísmo práctico que algunos grupos fomentan. El Papa recuerda que la economía es una actividad humana básica, por lo que tiene que ejercitarse no solo con responsabilidad ética sino también con solidaridad y aplicando el principio de subsidiariedad. La justicia conmutativa (entre iguales dentro del mercado), dice, debe complementarse con la justicia distributiva y social. “Son necesarios hombres rectos tanto en la política como en la economía, que estén sinceramente atentos al bien común”, y no como hoy en que atravesamos una crítica situación financiera, política y social en todo el mundo, sin que los organismos internacionales asuman su responsabilidad. Atento al mundo, el Papa es severo al reclamar una autoridad política mundial, lo que implica una reforma de la ONU, regulada por el derecho y orientada a la realización del bien común. Lo mismo debería hacerse con los organismos financieros, donde el pontífice demanda mayores normas y esfuerzos de regulación. A renglón seguido el Papa rechaza tanto la usura como el monopolio, así como la idea de que la pobreza es condición fundamental del sistema económico. Por el contrario, la califica como una violación de la dignidad humana, pide eliminar las causas estructurales que la provocan y reclama el respeto al principio de igualdad y, sobre todo, de acceso a la educación, que no puede entenderse solo como instrucción técnica sino también como la formación en valores humanos y cristianos. Benedicto XVI no es tampoco ajeno a la preocupación por el ambiente. Indica que, sin abusar y para satisfacer sus legítimas necesidades, el hombre interpreta y modela el ambiente natural mediante la cultura pero sin ignorar a las generaciones futuras. La encíclica alerta sobre los peligros de sucumbir a la esclavitud de la técnica. Esta, como la ciencia, son buenas y deseables pero son instrumentos, por lo que no pueden supeditarse los valores humanos a la experimentación científica y especulativa. Son algunos aspectos de la encíclica que revelan la profunda preocupación cristiana y el rigor intelectual del papa alemán para explicar qué pasa cuando se pierde la centralidad de la persona humana, y de la familia como núcleo, para toda actividad pública y privada. Por ello debe merecer un exhaustivo debate público. |